Lectura bíblica: Salmo 22 Los Salmos han sido mis fieles acompañantes durante en este año. Entre mis preferidos lo están el Salmo 42, “Como ciervo que brama por las corrientes de agua, así mi alma clama por ti, mi Dios....”, el 121, “Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro?”, y el 130, “De lo profundo, [Señor], a ti clamo. Señor, oye mi voz; estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica.” Estas canciones son reflejo de la condición humana y comparten palabras de alabanza, alegría, gratitud, y también lamento, ira, duda y dolor. El Salmo 22 ha sido mi acompañante más reciente ya que se me pidió predicar sobre este salmo el Viernes Santo. Meditado en él, vinieron a mi mente algunas ideas que comparto con ustedes. Primeramente, Jesús pronuncia las palabras del primer versículo del salmo en la cruz. En su humanidad, en su dolor -como el salmista- sintiendo el abandono y la soledad de la cruz, Jesús clama a Dios: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Estas palabras, pronunciadas desde un lugar de profunda tristeza y desesperación, pueden resultarnos familiares. Hemos experimentado o quizás estamos experimentando sentimientos similares. Me detuve a reflexionar en estas palabras y en lo relevantes que son hoy día; una mirada a las noticias o incluso al abrir las puertas de nuestros hogares sería suficiente para corroborar cuán relevantes son. Escuchamos diferentes versiones de estas famosas palabras, una y otra vez, en diferentes idiomas y con distintas voces. En medio de una pandemia, de la injusticia social e inequidad que nos rodean, el abuso del poder y maltrato que presenciamos, en las divisiones y la falta de bondad, ¿cómo no escuchar en ellas los ecos de un mundo sufriente? Jesús, habiendo experimentado la cruz, nos acompaña en nuestros propios lugares de tristeza y desesperación, en donde estamos y donde encontramos a nuestros hermanos y hermanas más vulnerables. En segundo lugar, y volviendo al salmo, el salmista encuentra señales de esperanza aún en medio de la desesperación. Los versículos siguientes alternan entre gritos de desesperación y el recuerdo de la salvación o liberación de Dios. Cuando llegamos al versículo 24, el discurso del salmo comienza a cambiar, “El Señor no rechaza al afligido, no desprecia a los que sufren, ni esconde de ellos su rostro; cuando a él claman, les responde.” El salmista pasa del lamento a la confianza, a la esperanza, a la alabanza... Aunque en algún momento se sintió abandonado por Dios, Dios no le abandonó. Este pensamiento trajo a mi mente una última interrogante: ¿Cómo fue exactamente que Dios le salvó? Aunque esta pregunta no es contestada directamente en el salmo, se podría inferir que hubo algún tipo de milagro -sobrenatural o natural. Pudo tratarse de un milagro de salvación de alguna situación peligrosa, o tal vez fue una iluminación divina, una coincidencia que se convirtió en oportunidad, una visita no esperada que inspiró actos de justicia y bondad o incluso la intervención de alguien, como tú o cómo yo, en favor una persona quien se convirtió, entonces, en instrumento de Dios para la liberación. Esta persona fue el milagro que la otra necesitaba desesperadamente. A veces nos centramos únicamente en definir “salvación” en el sentido individual, espiritual y olvidamos definirla en términos de las implicaciones cotidianas y colectivas - también muy espirituales - que conllevan nuestra respuesta en el aquí y el ahora. Les invito a reflexionar nuevamente en las palabras del Salmo 22 y en el “cómo” de la liberación de Dios. Considere el papel que jugamos en el plan salvífico de Dios en este mundo, cómo somos colaboradores de Dios (1 Corintios 3:9). Jesús, nuestro Salvador y maestro, ha resucitado. Él es nuestro milagro. Es mi oración que al seguir los pasos de Jesús podamos convertirnos en un milagro para otras personas, y que cuando escuchemos al mundo clamar: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”, en cualquier versión o idioma, podamos responder con confianza y humildad: “Mi hermano, mi hermana, Dios no te ha abandonado. Heme aquí. Dios me envió a mi”. —Vilmarie Cintrón-Olivieri, M.Ed. Educadora y anciana gobernante La Iglesia Presbiteriana (EE. UU.) Vilmarie es maestra y anciana gobernante presbiteriana nacida en San Juan, Puerto Rico. Ha servido a la PC(USA) en muchos niveles, incluyendo el consistorio, el presbiterio, el sínodo y otros grupos de la iglesia, como Mujeres Presbiterianas. Más recientemente, Vilmarie se desempeñó como co- moderadora de la 223era Asamblea General (2018-2020). Ha dedicado la mayor parte de su vida adulta a la educación y la formación, principalmente enseñando inglés a estudiantes de escuela secundaria y a adultos de alrededor del mundo. Vilmarie vive en Florida con su esposo, el Rev. José Manuel Capella-Pratts.
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Al atardecer de aquel primer día de la semana, estando reunidos los discípulos a puerta cerrada por temor a los judíos, entró Jesús y, poniéndose en medio de ellos, los saludó.—"¡La paz sea con ustedes!" Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Al ver al Señor, los discípulos se alegraron. "¡La paz sea con ustedes!" —repitió Jesús—. "Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes". Acto seguido, sopló sobre ellos y les dijo:—"Reciban el Espíritu Santo". (Juan 20:19-22) ¿Cómo experimentamos el gozo que creemos que viene con la resurrección cuando nuestro mundo está sufriendo una pandemia? En Guyana, desde nuestro primer caso de COVID, luchamos contra la pandemia de salud mundial, una "pandemia de elecciones", donde fuimos testigos de una elección que duró aproximadamente cinco meses. Nos sumergimos en otra "pandemia", relacionada con una crisis en nuestra iglesia que ha causado dolor y quebrantamiento en nuestra Iglesia. Dado que la pandemia de COVID todavía es perjudicial para el mundo, luchamos por lograr justicia y restaurar el orden, la unidad y la curación en nuestra Iglesia. Durante estos tiempos la persecución, luchas sociales, económicas, de salud y la posible muerte podían generar miedo en nosotros, podíamos sentirnos como los discípulos que estaban encerrados por miedo a puertas cerradas. El miedo puede hacernos terminar nuestro camino de conversión y compromiso. Al estar cubiertos por nuestra apatía espiritual y falta de celo, nuestros defectos personales o nuestra falta de virtud humana no son tanto como la ceguera al poder dinámico del Señor crucificado y resucitado. Solo podemos salir de nuestras cárceles hechas por nosotros mismos abriendo nuestro corazón a una COMPLETA fe en Cristo: completa confianza, a pesar de la confusión del presente y la incertidumbre del futuro. Una esperanza completa, al romper con tener que ver el ideal en nosotros mismos antes de actuar, y una completa confianza divina en dejar a un lado los pecados de los demás y nuestros fracasos personales, que nos mantienen fijos en una visión estrecha de miras de la vida. Cristo viene a través de puertas cerradas en esta temporada de Pascua para pedirnos que las abramos con una experiencia real del Señor Resucitado en el poder del Espíritu. Después de estar realmente emocionado por el cumplimiento de una gran expectativa de tener al Mesías el Domingo de Ramos, todo parecía desmoronarse. Todas las esperanzas, sueños y expectativas de la gente que estaban encarnados en Jesús parecieron derrumbarse. No había nada más que dolor, tristeza, pérdida, dolor, sufrimiento y miedo. La gente ciertamente se siente profundamente vulnerable en un momento en que sus esperanzas y certezas son aplastadas, pero en la resurrección Jesús vence a la muerte y, al hacerlo, nos ofrece una nueva vida: una nueva norma. Esta nueva norma no es un regreso a las victoriosas esperanzas del Domingo de Ramos. La crucifixión nos había mostrado la realidad del dolor y el sufrimiento y hasta dónde llegará Dios para ayudarnos a encontrar el amor de Dios. La nueva norma que se reflejó en la resurrección fue diferente. Cristo sopla de nuevo sobre nosotros para recibir el poder del Espíritu Santo y enviarnos a proclamar el evangelio en medio del dolor, el sufrimiento y la pérdida, para experimentar y vivir el gozo de la resurrección, incluso en medio de las vidas "perdidas por la pandemia". Fue una revelación que el poder de Dios se manifiesta en la vulnerabilidad y el amor sufriente. La nueva norma era que las personas reconocieran su interconexión y su llamado de manera más amplia, a vivir bajo las alas de Dios, que es amor: cuidar de los enfermos; vivir la vida con y para los demás; buscar sabiduría, mansedumbre, paz, amor y gozo; vencer a los viejos dioses de la codicia, el individualismo y los falsos ídolos; vivir juntos como un solo Cuerpo. La nueva norma, por supuesto, incluye el dolor y el sufrimiento, pero no sin esperanza. La crisis de COVID no es algo bueno. Es horrible, dolorosa, espantosa. Tenemos que nombrarla como tal. Sin embargo, si el amor perfecto expulsa el miedo y si Jesús verdaderamente ha resucitado, entonces quizás la nueva norma que emergerá cuando el virus sea derrotado nos ayudará a llevarnos a un lugar donde podamos ver la vida con más claridad, vivir con completa ESPERANZA en nuestro Señor resucitado, y amar a Dios y los unos a los otros más plenamente. —Rev. Gaitri Singh -Henry Ministra Iglesia Presbiteriana en Guyana La Rev. Gaitri Henry fue delegada en representación de la Iglesia Presbiteriana de Guyana en la Asamblea General de CAANAC en Guyana en 2018. Es esposa y madre de tres hermosos hijos. Es educadora y ministra en la Iglesia Presbiteriana Memorial Burns, Guyana. En el contexto del reciente aumento en las infecciones y muertes por COVID-19 en Jamaica, el primer ministro Andrew Holness, en una conferencia de prensa celebrada el 28 de febrero, anunció a una nación asediada una serie de restricciones, incluida la limitación del tamaño de las reuniones a un máximo de diez personas en los lugares de culto, mientras que otros miembros de la congregación debían limitarse únicamente a participar en línea en estas reuniones. Estas medidas debían entrar en vigencia el 1 de marzo. Dos días después, el país quedó conmocionado por la noticia del arresto de una pastora por violar estas mismas normas. En lugar de participar en los servicios en línea, como se estipuló, había aproximadamente cincuenta personas reunidas en el santuario, ninguna de las cuales, se dice, llevaba máscaras u observaba el distanciamiento social. Esta pastora, en presencia de la congregación que acababa de ser advertida tanto por la policía como por las autoridades de salud sobre la necesidad de observar las regulaciones, dejó constancia de que reprendió a su congregación, diciéndoles que Dios le dijo que ningún hombre podía tocarla porque ella era la niña de los ojos de Dios y que la mayoría de ellos deberían quedarse en casa porque no estaban listos para servir a Dios. También le dijo a su congregación que no tiene la intención de facilitar servicios en línea. Evidentemente, esta pastora se ve a sí misma, no solo por encima de la ley, sino también por encima del alcance de COVID-19. Desafortunadamente, casos como este son frecuentes. Tal desafío al estado de derecho entre los miembros de la Iglesia cristiana parece tener sus raíces en la creencia equivocada de que aquellos que profesan fe en Dios son de alguna manera inmunes a las enfermedades. Muchos cristianos bien intencionados, por ejemplo, consideran que pasajes como el Salmo 91 ofrecen una garantía férrea de que siempre estarán protegidos de cualquier daño, pase lo que pase. Sin embargo, seguimos viendo las crecientes estadísticas de personas que mueren a diario por COVID-19. Curiosamente, muchos de ellos son cristianos comprometidos. El Reverendo Daniel Hans, en su libro, God on the Witness Stand, habla de haber encuestado a los miembros de su congregación con respecto a sus decepciones con Dios; momentos en los que Dios no cumplió con las cosas que esperaban que hiciera. Los miembros compartieron sus experiencias de ocasiones en que habían orado por un bebé recién nacido que luchaba por la vida, solo para ver a ese niño finalmente morir. Hablaron de ocasiones en que habían esperado que Dios interviniera y salvaguardara a su pueblo contra el daño físico, solo para recibir noticias de una anciana que fue apuñalada mientras se dirigía a la iglesia; en ocasiones en las que habían intercedido por los países africanos afectados por la sequía, solo para ver que las condiciones de hambruna continuaban azotando implacablemente las tierras ya resecas. Junto a estas situaciones de decepción, Hans ahora coloca la suya propia: había esperado que Dios permitiera que su hija de tres años sobreviviera a su batalla contra el cáncer, pero en cambio él y su esposa tuvieron que enfrentar la terrible experiencia que ningún padre quiere enfrentar nunca, la de ver sufrir y morir a su inocente niña. Señala el Reverendo Hans que la vida está construida sobre inevitables desilusiones, y que si nos tomamos el tiempo para leer las Escrituras con atención, notaremos que, junto con historias asombrosas de encuentros milagrosos de personas con Dios, hay muchas historias sobre personas que clamaron a Dios en total desesperación, mientras que Dios parecía permanecer en silencio e inactivo. Hans sugiere que cuando recordamos solo las hazañas espectaculares realizadas por Dios, corremos el riesgo de desilusionarnos, esperando que Dios haga algo que tal vez no tenga la intención de hacer. Si bien podemos, y debemos, tomar todas las medidas necesarias para evitar situaciones dañinas, nuestra capacidad para protegernos de los peligros enumerados en el Salmo 91, por ejemplo, es sumamente limitada. La afirmación fundamental del Salmo 91 es que no debemos tener miedo, no porque se nos haya concedido inmunidad contra los peligros de la vida, sino por la seguridad de Dios de que, pase lo que pase, nunca seremos abandonados por Dios. —Rev. Norman O. Francis Director adjunto y conferencista Colegio Teológico Unido de las Indias Occidentales Norman ha sido ministro ordenado de la Iglesia Unida en Jamaica y las Islas Caimán durante las últimas dos décadas. Está casado con Karen y tiene dos hijos adultos. ¿Cómo podemos tener una pasión pandémica? La palabra "pasión" a menudo evoca alusiones románticas o designa un deseo ardiente, por lo que puede resultar sorprendente saber que la raíz de la palabra "pasión" es el sufrimiento. El Domingo de la Pasión es el primer día de la Semana Santa en el que marcamos las huellas manchadas de sangre de Jesús hacia la Cruz. El Domingo de la Pasión también se llama Domingo de Ramos para recordarnos a la multitud que saludaba con las ramas de palmas a Jesús cuando entró en la ciudad. Las palmas simbolizaban la felicidad y la victoria, por lo que la entrada de Jesús a Jerusalén a menudo se llama "La entrada triunfal". Algunos eruditos creen que la multitud que les dio la bienvenida pudo haber sido de aldeanos que acompañaron a Jesús durante todo su viaje, y por lo tanto, era una multitud diferente a la que fue incitada a gritar "Crucifícalo", más tarde en la semana. Antes de que las restricciones de COVID limitaran los movimientos y las reuniones públicas, hubo recreaciones de esa entrada triunfal en Jerusalén. En la Iglesia Presbiteriana de Trinidad y Tobago, nuestra junta de Educación Cristiana tendría un mitin del Sábado de Ramos donde miles de niños se reunirían para un día de celebraciones, alabanza, oración y reflexión sobre lo que la vida de Jesús significa para nosotros. ¡Fue un día de abundante inspiración! ¿Volverán esos días? Nos preguntamos. ¿Nos agotaremos alguna vez más caminando por una ruta con un grupo grande cantando y vitoreando? ¿Sentiremos de nuevo la aglomeración de una multitud? Quizás estas sean buenas preguntas para hacernos al pensar en cómo Jesús entró en la ciudad con una multitud, pero buscó consuelo en la soledad de Dios. Los enemigos de Jesús estaban indignados por la aclamación que recibió, por lo que iniciaron un complot para aislar a Jesús, para poder llevarlo a un juicio falso y torturarlo. Jesucristo no se inmutó ni cambió por los vítores, pero aquellos a quienes no les agradaba alimentaron su furia con el combustible de lo que vieron como la popularidad de este intruso de Nazaret. ¿Anhelamos la adulación de una audiencia? Vivimos en una sociedad cuyas tendencias son difundidas por influencers. Vivimos en un planeta donde las naciones compiten no solo por la supremacía militar sino también por el blando poder de dominar corazones y las mentes. Jesucristo nos ofrece gentilmente una extraña contradicción a nuestra forma de entender la vida. Ya sea que esté montado en un burro o sea ridiculizado y azotado, él es el mismo. Ya sea que lo aplaudan al entrar en la ciudad o lo golpeen mientras carga su cruz fuera de la ciudad, él es el mismo. El Domingo de la Pasión nos ofrece la lección atemporal de que, en las vicisitudes de circunstancias muy impredecibles, Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre, y está siempre con nosotros. —Adrian Sieunarine Rector del Colegio Teológico de San Andrés Iglesia Presbiteriana de Trinidad y Tobago Adrian asistió a universidades en Trinidad, Canadá, Estados Unidos, Israel e Inglaterra, y se embarcó en vocaciones en la Iglesia, así como en derecho, gobierno, comercio y educación. Entre los premios que ha recibido se encuentran varias becas y premios Enterprise Teacher en Inglaterra, así como la Medalla de Oro por el primer lugar en Knox College en la Universidad de Toronto. Ha enseñado en los niveles primario, secundario y medio. Es representante legal en cortes de Inglaterra y Gales, y abogado en Trinidad y Tobago. Durante un breve tiempo, nuestra más pequeña decidió que casi todo en su vida estaría marcado con "¡ta-dah!" Decir "ta-dah" luego de colocar la última pieza del rompecabezas, luego de elegir un libro para leer, después de ponerse los calcetines, al entrar en una habitación, al ver pasar a un perro, cuando se metía en la bañera, al abrazar sus peluches, al tomar un sorbo de agua. Lo que fuera, ella lo "ta-dah´ba”. Fue algo entrañable. No quería coartar su entusiasmo por "encontrar alegría en las cosas pequeñas", y la aplaudo por celebrar lo ordinario. Pero como puedo ser también una literalista, en ocasiones, tuve que contenerme para no hacerle saber que comer alguna galleta realmente no requiere un "ta-dah". Últimamente me di cuenta de que estuve anhelando un momento "¡ta-dah!" al hablar del tema del COVID. Un momento en el que necesito oír un: “¡ta-dah! ¡Se acabó!" El año pasado hemos estado conteniendo la respiración colectivamente, preguntándonos si nos enfermaríamos y, de ser así, ¿qué tan enfermos estaríamos? ¿Alguno de nuestros seres queridos morirá por esto? ¿Extrañaremos estar con ellos en su último aliento? ¿Se derrumbará (nuevamente) el andamiaje cuidadosamente planeado del cuidado de los niños, viéndome obligada a trabajar mientras reparto bocadillos? ¿Cesará la actitud retraída de mi hijo una vez que regrese a la escuela? ¿Es mi licencia realmente una licencia o se transformará en desempleo? Anhelamos una gran exhalación, una sensación de que finalmente ha terminado. Nos preguntamos: ¿llegará cuando esté completamente vacunada? ¿Cuándo las pautas de distanciamiento social ya no se publiquen en todas partes? ¿Cuándo lleguemos a la inmunidad colectiva? ¿Habrá de pronto un momento en el que pueda ver mi drama favorito en la TV sin entrar en pánico cuando los personajes se dan la mano o se abrazan? ¿Será una señal de que realmente se acabó el día en que pierda el reflejo de tomar una máscara cuando salga de casa? En las últimas semanas hemos estado peregrinando por la Cuaresma y ahora nos encaminamos hacia la Semana Santa. La Cuaresma transita una historia triste, nos cuenta la culminación de la historia de un Dios encarnado, Jesucristo, que recibe una justicia horrible y que es asesinado. “Consumado es”, expresa Jesús, mientras muere. Ta-dah. Pero tú dices: ¡La Cuaresma tiene un final feliz! ¡La Pascua es el "ta-dah!" de la Cuaresma y no la cruz. Sí, en algunos aspectos lo es. Sin embargo, más que un final, la Pascua marca un comienzo: vivir en un mundo donde la muerte ha sido derrotada, un mundo de nuevas incógnitas. Vivir en un futuro aún no imaginado es una tarea difícil. Me enorgullece que cuando nos adentramos en las Escrituras, vemos que a medida que las primeras personas en seguir a Jesús viven en este nuevo mundo, no lo hacen desde una sensación de victoria, con exhalaciones profundas y gritos de "¡finalmente se acabó!", sino con temor, con preguntas, con confusión y con dudas. Poco a poco estoy asumiendo la realidad de que el momento "ta-dah" no llegará con la pandemia. No habrá un momento en el que sienta que puedo exhalar y pensar, "se acabó". Soy una persona diferente de la que era hace un año, somos una comunidad diferente a la que éramos hace un año, y tomará tiempo comprender todas las implicaciones que esto tiene. Quizás toda una vida. Sin embargo, aunque es posible que no tengamos un momento "ta-dah", tal vez como mi hija, podemos aprender a celebrar los pequeños momentos a lo largo del camino. Y nos animamos todo el tiempo porque sabemos que estamos en la buena compañía de quienes nos han precedido. —Rev. Dr. Kate Guthrie Ordenada en la Iglesia Reformada en América (del norte) Trabajando en la Iglesia Presbiteriana de los EEUU en Carolina del norte El tiempo de la Cuaresma es de disciplina y de discipulado en tanto que enfocamos nuestra atención de un modo más intenso en el seguimiento de Jesús hacia la vida eterna. Es un tiempo para dejar ir y para aferrarnos a la vida que realmente es la vida. En este cuarto domingo de Cuaresma, nos centraremos en una de las parábolas más difíciles de Jesús. Es la historia de Lázaro, un hombre pobre, que sufría en el umbral de la puerta de un hombre rico y sin nombre que festejaba suntuosamente y que se vestía con finas ropas. De pronto, ambos hombres mueren. Lo que me llama la atención es que no sabemos mucho sobre ninguno de los dos. No sabemos por qué Lázaro es pobre. ¿Habrá tomado malas decisiones? ¿Es víctima de circunstancias desafortunadas? Y tampoco sabemos qué ha intentado hacer, en todo caso, para aliviar su propio sufrimiento. De la misma manera, tampoco sabemos cómo se hizo rico el hombre rico. ¿Heredó esta riqueza o trabajó duro? ¿Fue el resultado de la crueldad y de la opresión o del ingenio y de la inventiva? Todo lo que sabemos es que el pobre fue llevado al lado de Abraham, donde recibió consuelo, y que el rico fue enviado al Hades para ser atormentado. Respecto del carácter del hombre rico, las únicas pistas que tenemos provienen de su insensibilidad hacia Lázaro; hasta los perros se muestran más preocupados por el pobre. El rico también espera que Lázaro venga a atenderlo en su sufrimiento; todavía esperando que la jerarquía de los ricos sobre los pobres sirva para su comodidad. Aún en la muerte, el pobre era considerado todavía como un subordinado. Abraham no acepta nada de eso, no se inclina ante los deseos del hombre rico; él se coloca junto a Lázaro. El mundo occidental disfruta de una inmensa riqueza a expensas de gran parte del resto de la humanidad. Es tentador imaginar que las personas ricas no tienen la culpa de su riqueza, que ella es bendición de Dios. También resulta tentador justificar la pobreza generacional con acusaciones de malas decisiones o de mal carácter: las personas pobres tienen la culpa. La parábola de Jesús no tiene nada de eso. Parece haber una obligación inherente a las personas ricas de abordar el sufrimiento de las personas pobres, sin considerar cualquier culpabilidad o la razón de esa pobreza. Parte de la descolonización de la teología y de la práctica cristianas es pasar de este mismo desprecio insensible a la solidaridad. Este no resulta un movimiento sencillo de realizar, ya que la solidaridad no entra en las categorías habituales de la mente colonizada. Por ejemplo, la solidaridad no es generosidad. Como escribe Paolo Freire en La pedagogía del oprimido, "un orden social injusto es la fuente permanente de esta 'generosidad' ... la verdadera solidaridad con los oprimidos significa luchar a su lado para transformar" la situación presente. Tampoco la amistad es solidaridad. Como escribe Chanequa Walker-Barnes en Traigo las voces de mi gente, “En la amistad, las personas corren unas hacia otras. En la solidaridad, las personas corren juntas hacia un objetivo mayor ... La solidaridad práctica significa que no simplemente sentimos compasión y empatía por las demás personas, sino que nos comprometemos a estar junto a ellas en la lucha por la justicia. No sufrimos simplemente con la gente; también luchamos junto a ella". Para algunas personas, “solidaridad” resulta ser una palabra demasiado política. Para otras, el “acompañamiento” pareciera ser lo más adecuado. Otras, simplemente se sienten más en casa con la idea de “comunión”. Independientemente de cómo lo llamen, el tiempo de la Cuaresma nos convoca a un camino que desafía la comodidad y la insensibilidad y nos desafía a la disciplina y a la lucha junto a otras personas que están sufriendo por el bien de nuestro mutuo florecimiento. Para algunos de nosotros y algunas de nosotras, no hay ninguna otras razón para dar respuesta a ese llamada excepto uno: alguien ha resucitado de entre los muertos. Aquel de quien Abraham habla hacia final del texto, es Jesús. Aquel que estuvo dispuesto a rebajarse y a tomar la forma de un siervo, haciéndose obediente hasta la muerte, llevando la salvación a todo el mundo sin dudas ni reservas. Fue el mayor acto de solidaridad que el mundo haya conocido. Como resultado, Dios lo resucitó y le dio el nombre que está sobre todo nombre. Doblar la rodilla ante el Señor, implica estar sentados junto a Lázaro en nuestras puertas, luchar a su lado y comprometernos en la búsqueda de la justicia junto a él, donde sea que eso ocurra hoy. —Peter TeWinkle Pastor Iglesia Reformada de la Santa Cruz Islas Vírgenes de los EEUU de NA Peter se encuentra cursando actualmente un Doctorado en Ministerio en la Escuela de Teología de Claremont, explorando lo que podría significar descolonizar la teología y la práctica reformadas. Texto bíblico: Mateo 14:13-21 Alimentarse e hidratarse son necesidades básicas de todos los seres vivos. La diferencia entre otros seres vivos y los seres humanos es que, como seres creados para vivir en comunidad, esas necesidades biológicas tienen un carácter social. En muchas culturas compartir comidas y bebidas son señales de familiaridad, de amor, de respeto, de alegría por estar juntos. En mi país decimos: donde comen dos comen diez. De hecho, la iglesia primitiva, según los textos del Nuevo Testamento, con mucha frecuencia, sino siempre, se reunía para celebrar el vínculo que les unía en Cristo, y lo hacían alrededor de la mesa, comiendo y bebiendo en comunión. Uno de los contenidos fundamentales en cuanto a la misión de nuestra iglesia en Cuba hoy, tiene que ver con la necesidad de servir a aquellas personas en necesidad, aùn en medio de nuestras limitaciones, especialmente las económicas. Agradecemos siempre que muchas de nuestras iglesias hermanas y agencias de proyectos, vienen solidariamente a suplir esas carencias de orden material. El reto para nosotros está en poner límites a esa diaconía para no convertirla en un asistencialismo que fácilmente puede convertirse en caridad vacía de sentido. Comprender que satisfacer las necesidades básicas de todo ser humano no es suficiente para construir los cimientos del Reino de Dios no es cosa fácil. ¡Si lo sabremos los cubanos! Un texto como el que corresponde a este domingo IX después de Pentecostés, no ayuda a reflexionar en el tema y también empodera nuestra capacidad de entender dónde está el verdadero sentido de nuestra diaconía. La narración que nos ofrece el Evangelio de Mateo acerca del llamado milagro de la multiplicación de los panes y los peces nos confirma que el ministerio de Jesús, como antesala del Reino de Dios, estuvo lleno de señales que afirmaban los valores que dan sentido a la propuesta de Dios para el ser humano en Cristo Jesús. Porque no es sólo satisfacer esas necesidades básicas sino crear un espíritu comunitario que comulge con la intención de Dios de que todo ser humano tenga derecho a tener satisfechas esas necesidades. El proyecto del Reino es construir una comunidad, una famiia humana en armonía con toda la Creación. Solidaridad y justicia son imprescindibles para la vida plena que propone el Reino y que anunció Jesús. La solución fácil, que es la que como humanos siempre buscamos, era la que traían los discipulos a Jesús: “El lugar está desierto y la hora ya es avanzada; despide, pues, a las multitudes para que vayan a las aldeas y se compren alimentos” (Mt14:15). La respuesta de Jesùs es firme: “… denles ustedes de comer” (14:16). El llamado como seguidores de Jesús es ser agentes de solidaridad y promotores de alternativas en las que la solucion no sea “comprar” sino “dar”. Ofrecer lo poco que somos o lo poco que tenemos puede ser como esa semilla de mostaza de la parábola, que es la más pequeña de todas pero cuando crece y se multiplica puede ser cobijo para anidar las aves del cielo. Cinco panes y dos peces se convierten entonces en esa semilla, en ese incentivo para que aún en medio de las necesidades y las limitaciones, el pueblo de Dios pueda sentir sus necesidades, todas, satisfechas. El gran problema del mundo hoy, nos recuerda esta historia, no es la carencia de los recursos para alimentar a los seres humanos, sino la falta de solidaridad, la falta de alternativas a la mercantilización de las necesidades básicas de los seres humano, la necedad de no de entender que la mesa del Reino es para todas y todos, no para unos pocos. Dios nos ayude a ser una comunidad de hombres y mujeres, una iglesia con las puertas abiertas y la mesa servida en el nombre de Jesús. Como dice un canto que entonamos mucho acá: “Bendice Señor nuestro pan, y da pan a los que tienen hambre y hambre de justicia a los que tienen pan.” —Pastora Dora Arce Valentin Iglesia Presbiteriana-Reformada en Cuba Mi viaje de fe se canta mejor en esta canción que trajo una joven amiga nigeriana de su iglesia local a otra iglesia local en Chicago: Amo tanto a la familia de Dios, tan estrechamente entretejida en una, me han llevado entre ellos y estoy tan contento de ser una parte de esta gran familia. Para mí esta es una “creencia presbiteriana”, que todos pertenecen a la familia de Dios. Adquirí esta confianza y amor en la familia de Dios, radicalmente inclusiva, en mi segunda iglesia en Chicago: Edgewater Presbyterian Church (EPC). EPC era una pequeña iglesia de inmigrantes de Camerún, Nigeria, India, Corea, etc. Nuestros acentos en inglés eran drásticamente diferentes, pero casi no corregíamos nuestro hermoso inglés. A menudo celebramos nuestra lengua materna. Todos los domingos, simplemente aceptaban quien soy, cantando "nuestra canción", que es "lo que espero que los presbiterianos crean": todos pertenecen a esta iglesia. La primera iglesia local en Filadelfia me enseñó como se ha visto hasta ahora la Iglesia Presbiteriana (EE. UU.): Una iglesia “predominantemente blanca”. La segunda iglesia local en Chicago me mostró como se verá la Iglesia Presbiteriana (EE. UU.) en el futuro: una comunidad de personas de la diáspora, a la que todos pertenecen. ¿Como llegué a esa convicción? En este momento sería justo presentarme como una teóloga coreana de la diáspora. Sin embargo, mi viaje de introspección y amor por “quien soy” ha sido lento y aún está en proceso. En algún invierno de la década de 1980 fui bautizada, siendo una bebé, en una iglesia presbiteriana en Corea del Sur. Allí crecí como hija de un músico de la iglesia presbiteriana, que más tarde se convirtió en ministro presbiteriano ordenado en Corea del Sur. Inmediatamente después de la universidad vine a los Estados Unidos para estudiar, en un principio, "Teología reformada" y "Presbiterianismo". Gradualmente aprendí que una gran parte de las creencias presbiterianas y nuestras “confesiones reformadas” provienen de declaraciones teológicas occidentales, europeas, luteranas, calvinistas y barthianas. Cuando se trata de la práctica teológica en el contexto norteamericano, las creencias necesitaban una traducción cultural en profundidad y amplitud. El inglés estadounidense a menudo no llega a traducir la teología, profunda y extensa, arraigada en la rica cultura de Europa occidental. Además, ya ni Europa ni los Estados Unidos poseen el auténtico presbiterianismo o práctica reformada. Ambos adoptaron el contexto cambiante de su "iglesia reformada y reformándose" más rápidamente que otras iglesias presbiterianas en el "Sur Global". Además, la difícil situación de los refugiados, las personas negras, indígenas y de color, y los inmigrantes asiáticos y latinos, está generando otra teología “reformada y reformadora” en el contexto de Europa Occidental y América del Norte. En este contexto cambiante no podía aceptar ninguna etiqueta que los estadounidenses me asignaran, más que "presbiteriana". Ninguna de esas etiquetas podría definir con precisión a dónde pertenezco, de cualquier color, raza, etnia o nacionalidad. Incluso la palabra "coreana" no traduciría correctamente las palabras utilizadas para nuestras comunidades, es decir, han-kuk-in (persona coreana) en han-kuk-mal (habla coreana). "Presbiteriana" fue una de las pocas etiquetas que elegí activamente, ya que abarcaba quién soy: una nómada, una extranjera, una "estudiante internacional" en una comunidad presbiteriana global. De alguna manera adopté mi identidad de “estudiante internacional” desde el principio y todavía lo hago. Está categorizado por la oficina de inmigración de Estados Unidos, los primeros estadounidenses que conocí antes de venir a este país. Al igual que un patito que seguiría a la primera criatura que veía, la primera etiqueta que recibí quedó impresa en mi cerebro. Intenté disfrutar de mi vida en este país con una mentalidad de invitada, espectadora y consumidora, si no una "oprimida" o "colonizada". Sin embargo, yo era de facto una nómada, no una turista. La vida nómada no es fácil, aunque no negaría mi privilegio. A menudo sentí que los “estudiantes internacionales” eran el objetivo de la discriminación en muchos niveles de esta sociedad. A lo largo del extenso viaje, afortunadamente, la Iglesia Presbiteriana (EE. UU.) me proporcionó un hogar donde puedo quedarme como soy, con nuestra teología y adoración presbiteriana, nuestra creencia y práctica, lo que me hizo hablar en los múltiples idiomas presbiterianos. —So Jung Kim Asociada de Teología Oficina de Teología y Adoración Iglesia Presbiteriana (EE. UU.) So Jung estará completando en junio de 2021 un doctorado en Teología en la Universidad de Chicago, Divinity School. Actualmente trabaja y reside en las tierras tradicionales de Cherokee, Shawnee, Wazhazhe (Osage) y Haudenosaunee (Louisville, Kentucky, EE. UU.). Hace casi un año que el mundo se enfrentó a la pandemia de COVID-19. Para muchos, los últimos meses han sido terribles. Otros fueron capaces de adaptarse a la nueva normalidad, pero la mayoría de las personas ahora se están cansado de COVID-19. No es fácil sentirse o estar alegre en estos días. A pesar de la tristeza que puede abrumar, creo que el apóstol Pablo nos está guiando hacia una mentalidad más alegre. En Filipenses 4:4 escuchamos a Pablo decir: “Alégrate siempre en el Señor. Les diré de nuevo: ¡Alégrate!” Filipenses es un libro corto en el Nuevo Testamento – solo cuatro capítulos de largo. Pero en estos cuatro capítulos Pablo dice: “Alégrate... Sea alegre” por lo menos dieciséis veces. Lo asombroso es que Pablo, mientras estaba en prisión, escribió este libro que puede ser visto como el libro más positivo de la Biblia. La carta de Pablo a los Filipenses es una carta de agradecimiento misionera, pero me parece mucho más. ¡Es el compartir el secreto de Pablo de la Alegría Cristiana! Es obvio que hemos permitido que los “ladrones” nos roben nuestra alegría. Me gustaría nombrar cuatro: 1. Nuestras circunstancias. ¿Alguna vez ustedes se han considerado cuántas circunstancias de la vida están realmente bajo nuestro control? No tenemos control sobre cuando nacemos, no tenemos control sobre quiénes son nuestros padres, no tenemos control sobre el clima, sobre el tráfico o sobre las cosas que la gente nos dice y nos hace. Sin embargo, incluso cuando las cosas salgan mal, todavía podemos tener alegría. La persona cuya felicidad depende de circunstancias ideales va a ser miserable de la mayor parte del tiempo. Cuando esperen demasiado, les decepcionen fácilmente a ustedes. El secreto de la alegría es encontrar otra palabra que también se repita a menudo en Filipenses – y esa es la palabra “mente”. Nuestra alegría se encuentra en la forma en que pensamos, cuál es nuestra actitud hacia nuestras circunstancias. Nuestro filtro para ver nuestras circunstancias es a menudo nuestra propia actitud o nuestro pensamiento. Proverbios 23:7 dice: “Ten cuidado como piensas, tu vida está formada por tus pensamientos”. 2. Personas Todos hemos perdido nuestra alegría por las personas: Lo que son, lo que dicen y lo que hacen. Sin duda nosotros mismos hemos contribuido a esta realidad. Pero tenemos que vivir y trabajar con la gente. Si me tuviera la opción de trabajar con personas o solo, yo elegiría trabajar solo. Puedo estar solo durante horas trabajando en algo, porque he experimentado que la gente a veces causa retraso (pero, por supuesto, eso es pensar mal). No podemos aislarnos y todavía vivir para glorificar a Cristo. Somos una iglesia, el cuerpo de Cristo, nos necesitamos unos a otros. La iglesia es todo acerca de la gente. La iglesia no crecerá sin gente. Es por eso que necesitamos manejar a las personas con cuidado. 3. Cosas En Lucas 12:15 leemos: “entonces les dijo: ¡Cuidado! Esté en guardia contra todo tipo de avaricia; la vida de una persona no consiste en la abundancia de sus posesiones.” Realmente creo que Dios quiere que seamos bendecidos materialmente. Debemos ver nuestra bendición holísticamente: Espíritu, Alma y cuerpo... así que esto significa todo. Pero Jesús nos advierte: “esté en guardia contra todo tipo de avaricia”. Necesitamos compartir nuestras bendiciones y no almacenarlas. Porque almacenarlos puede robarnos de la única clase de alegría que realmente dura. 4. Preocupación. ¡Lo peor! Si Pablo quería preocuparse, tenía todas las ocasiones. Pero a pesar de todas las dificultades que enfrentó, Pablo no se preocupa! En cambio, escribe una carta llena de alegría y nos dice cómo dejar de preocuparse. La Biblia claramente nos enseña a evitar preocuparnos. “No te preocupes por nada; en su lugar, Dile a Dios lo que necesitas, y gracias por todo lo que ha hecho.” —Filipenses 4:6 (Traducción Nueva) La palabra griega para preocuparse (merimnao) está formada por dos palabras “divididas” y “mente”. Preocuparse significa ser tirado en muchas direcciones diferentes. Lo importante es que preocuparse no SE AÑADE A su vida. Puede restar horas de su día, pero aún más puede restar días, meses y años de su vida. La preocupación es una mala inversión de tiempo y energía, independientemente de cómo se mire. Las investigaciones han demostrado que el 97% de lo que nos preocupa nunca ocurre. Filipenses es un libro que nos explica qué la mentalidad la cual debemos tener si queremos experimentar alegría durante estos tiempos turbulentos. Durante el último año, ustedes y yo tuvimos que lidiar con los ladrones que he mencionado. No siempre pudimos protegernos de estos ladrones. En nuestro esfuerzo por permanecer gozosos durante la pandemia del COVID-19 y tratar de reimaginar nuestra perspectiva hacia el futuro, tomemos estas palabras de Pablo: “Alégrate siempre en el Señor. Les diré de nuevo: ¡Alégrate!” —Rev. Diana de Graven
Pastor en la Iglesia Morgensterkerk Reformada en Suriname En la iglesia donde soy pastora me he ganado el nombre de “manos cariñosas y pies divinos”, porque si algo no se me cae de las manos, lo golpeo con los pies. Esa torpeza ha sido ocasión para pocos corajes, algunos temores y muchas risas. Ese “apodo” está basado en un hermoso himno de antaño, que precisamente lleva por título: Manos Cariñosas. Su primera estrofa es así: Manos cariñosas, manos de Jesús, manos que llevaron la pesada cruz. Manos que supieron sólo hacer el bien. ¡Gloria a esas manos! ¡Aleluya. Amén! El himno resalta el amor de Dios a través de las manos cariñosas de Jesús, las cuales solamente supieron hacer el bien. Por lo tanto, esas manos no se merecían cargar la pesada cruz. Esas manos no se merecían tal sufrimiento y dolor. La historia de Jesús nos puede ayudar a considerar que, tal vez, personas que viven haciendo el bien se pregunten por qué de esta pandemia mundial y sus estragos, si la mayor parte de la humanidad no se lo merece. Por eso en la cruz Jesús hizo la importante pregunta: ¿Dios mío, Dios mío, para qué me has desamparado? (referencia a Marcos 15:34) Sí, ¿para qué?… Los que predicamos la Biblia desde las manos cariñosas de Jesús, hemos afirmado que las enfermedades no son producto de plan o castigo divino. Pero tal vez algo bueno puede salir de esa situación peligrosa. Todo apunta a que esa solución está en nuestras manos. Para combatir el coronavirus, entre otras medidas importantes, hay que lavarse las manos constantemente. Quiere decir que, la prevención, la salud y la vida, está en nuestras manos. La Biblia lo confirma cuando dos compañeros de lucha de Moisés le sostuvieron sus manos para que el pueblo ganara una batalla (Éxodo 17:8-12). Esto implica que ayudarnos mutuamente está en nuestras manos. La prevención, la salud y la vida está en nuestras manos cuando nos valemos de cualquier medio posible, siendo en estos días con mayor énfasis los medios digitales, para que ocurran milagros. Así lo hicieron los amigos del que no podía caminar, al abrir el techo de una casa con sus manos, con tal de que su amigo recibiera sanidad (Marcos 2:1-12). La prevención, la salud y la vida está en nuestras manos cuando recibimos, como la persona no vidente y brindamos, como lo hizo Jesús, la alerta de: “ve, lávate” (Juan 9:7). El joven de este relato no mostró resistencia. Sino que respondió con diligencia las instrucciones del que usó sus manos para curarle. ¿Qué tal si hacemos lo mismo y respondemos con cariño al que nos trata con manos cariñosas? Emulemos a nuestro Salvador porque, al fin de cuentas, no merecíamos que Jesús usara sus manos cariñosas en la cruz por nosotros y nosotras y aún así lo hizo. Hagamos lo propio, no respondamos con torpeza, ni con resistencia. Mejor, aprendamos a orar con seguridad y fe como lo hizo el salmista: “La obra de nuestras manos confirma entre nosotros; sí, confirma la obra de nuestras manos” (Salmo 90:17). Que nuestras manos confirmen que también pueden ser manos que se dediquen a hacer el bien. Que nuestras manos confirmen que son manos como las de Jesús o mejor aún, que son las manos de Jesús. Por tanto, que nuestras manos confirmen que también son manos cariñosas. —Rvda. Marielis Barreto Hernández Pastora Primera Iglesia Presbiteriana Aguada, Puerto Rico |
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December 2022
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